Monday, March 10, 2008

CAPITULO 9

La noche en que vaciamos la sede me acosté tarde. A las ocho de la mañana, el teléfono de casa y el móvil comenzaron a sonar a rebato. No los descolgué. Por el número sabía que se trataba de Roberto, quien de esa forma tan agobiante pretendía pedirme explicaciones.
Me imaginé la escena: él circulando tranquilamente por la avenida rumbo al despacho y volviéndose a admirar el rótulo, como hacía cada vez que pasaba por ahí, frenando en seco y alucinando con lo que ya no veía. ¡Debía de llevar un cabreo enorme!
En las jornadas posteriores contactaron conmigo antiguos compañeros de Levantina de Seguridad. Venían a avisarme de que Roberto había puesto precio a mi cabeza. Lo surrealista del asunto es que ellos eran precisamente los que tenían el encargo de darme una paliza.
-¡Es que eso de ser siempre el machaca del jefe al final cansa! -dijeron.
El resto de los camaradas de FE-FNS no estaban mejor que yo. Unos cuantos siguieron mis pasos y abandonaron <>, y éstos eran precisamente los que más amenazas seguían recibiendo. Les aconsejé que anduvieran con cuidado, no fuera que se toparan con algún cabrón que les amargara la existencia.
El que no tuvo suerte fue Lucas, el skin del partido. Dos de los matones de Roberto le propinaron una brutal paliza.
Supe que estos mismos matones me buscaban junto con unos cuantos más, pero debían de ser muy estúpidos o no lo hicieron con suficiente esmero, ya que un par de días después de abandonar <> comencé a trabajar en un local público a escasos doscientos metros de sus oficinas.
De vez en cuando me juntaba con la gente del partido para tratar de encontrar una nueva sede, pero mis empleos no daban tiempo para nada y, con el tiempo, postergamos la idea. Durante un año trabajé dieciocho horas diarias sin descanso.
Por otra parte, Arias viajaba constantemente a Valencia para despachar con su nuevo jefe, el capo. Por terceras personas me enteré de la elección en Falange de un nuevo jefe nacional. Se llamaba Jesús López y anteriormente había ejercido de jefe provincial en Toledo, su ciudad natal. Yo lo conocía y creí sinceramente que se trataba de la persona idónea para ese puesto.
Gustavo Morales, su predecesor en el cargo, se encontraba muy liado como para ejercer la jefatura. En los últimos tiempos había triunfado: fue nombrado director del periódico YA en su última etapa, y posteriormente contratado por Mario Conde para codirigir su revista MC. La transformación de Morales resultó ejemplar: de los <> al guapo sin ponerse colorado.
Mis últimas informaciones referían que Eduardo Arias había sido llamado a ocupar una secretaría en FE-JONS. Quedé un poco sorprendido por aquel cambio de ideas tan radical, aunque supuse que López no habría querido prescindir de alguien tan representativo.
No tenía tiempo para nada, salvo para trabajar; sentía cierta añoranza por lo que pudo ser y no fue, pero en los momentos difíciles toca levantar la cabeza y seguir adelante sin mirar atrás; me encontraba satisfecho de salir sin ayuda. Mi empleo en Protecsa me permitió conocer lo que se nos tenía vedado. ¡Por fin una empresa que cumplía rigurosamente con la ley!
Por las noches doblaba en un pub llamado Haddock y en Suso´s. En el primer local me encontraba precisamente para protegerlos de los cabezas rapadas, que habían ocasionado algún que otro problema al dueño; por fortuna, los <> me conocían y nunca montaron follón mientras yo prestaba servicio.
Aquella nueva etapa me traía sensaciones diferentes y por primera vez estaba satisfecho. En la sala de fiestas pronto conseguí la confianza de los responsables y, aunque no libraba nunca, me aplicaba a gusto.
Trabajaba de paisano y sin ningún tipo de arma; algo anormal, puesto que estaba acostumbrado a portar defensa y el pesado revólver reglamentario.
Los encargados del local percibieron mi satisfacción de estar de cara al público y me encargaron otra labor: actuar como relaciones públicas; eso implicó el complemento final de mi carrera como profesional de la noche valenciana.
La discoteca era una institución en la ciudad y por ella desfilaban figuras habituales de la televisión. Jimmy Jiménez Arnau era una de esas figuras. Se trataba de una persona muy inteligente y directa; solía acudir después de participar en tertulias de Canal Nou y, en ocasiones, las proseguíamos los dos juntos.
El periodista Carlos Dávila venía de vez en cuando. Nunca hablé con él, pues siempre se encontraba demasiado ocupado en sus cosas. Sin intención de entrar en detalles morbosos, baste decir que lo admiraba hasta entonces.
Lidia Lozano, también periodista, frecuentaba el local los jueves. Pocos famosos irradiaban tanta simpatía como ella con los clientes.
José Sancho, María Jiménez, Imanol Arias, Espartaco Santoni, el genial humorista Eugenio, las espléndidas The Supremes y un largo etcétera, compartieron conmigo, quizá sin saberlo, retazos de sus vidas. El mundo de la noche te permite esas licencias. Incluso durante un par de meses mantuve un idilio con una conocida actriz. ¡Lo que son las cosas!
Llevaba algún tiempo en ese puesto y algunas noches veía a Roberto caminando por la cercana Gran Vía; sabía que él estaba informado de mi presencia y, aunque al principio mantenía la guardia, conforme transcurrían las semanas, me descuidé.
Sucedió un jueves. En aquella velada la discoteca estaba repleta y me hallaba charlando con el portero junto al único acceso. De improviso aprecié que alguien entraba como una exhalación sin dirigirnos la mirada. Lo reconocí sin dudarlo: se trataba de Roberto, acompañado por un par de espectaculares chicas.
Permanecí alerta. Sabía que por fuerza él tendría que salir por mi lado. Al cabo de media hora se acercó directamente y profirió en plan cínico:
-¡Hombre! ¡Qué pequeño es el mundo! ¡Si tenemos aquí al jefe de Falange!
Lo conocía de sobra y supuse que esa ironía reflejaba un intenso deseo de hablar.
-Qué tal, José Luis... ¿Todo bien?
Me repasó lentamente con la mirada mientras las comisuras de sus labios dejaban ver una mueca de asco.
-No sé que hago parado frente a ti. Deberías estar muerto.
No me asustó. La vida me ha enseñado que quien piensa en quitarte del medio no suele avisar.
-¡Venga, José Luis! ¿Vas a matarme tú?
-Yo no, pero hay muchos que pagarían por verte en un ataúd.
-¡No digas chorradas! ¡El único inconsciente que lo haría eres tú y no lo has hecho! ¿Qué has venido a contarme? ¡Por qué no me digas que tu visita es casual!
Noté que se ponía nervioso: lo había pillado.
-¡Te invito a una copa! –apunté, para calmar el ambiente.
-¡Yo no tomo nada con traidores!
Cogí su ocurrencia en plan de broma e insistí:
-Venga, sólo una copa. ¡Joder, José Luis... no estarás asustado!
-¿Asustarme tú? ¡Bueno, una copa! ¡¡Pero pago yo!!
-Vale... vale... No te preocupes, que no lo impediré.
Pasamos al interior y pedí un par de whiskies; en seguida comenzó a hablar:
-Lo que hiciste no tiene nombre, ¿Sabes cómo quedé ante G. T. y Zaplana? ¡Debieron pensar que soy idiota!
-Mira... Cometiste un error imperdonable al amenazarme. Conmigo, por buenas lo tienes todo... pero por las malas me da igual lo que pase. Podría entender que me manipularas en tu empresa, a fin de cuentas explicaste las condiciones y acepté. Lo que no puedo y jamás consentiré es que pretendas hacer un negocio de la política y mucho menos si el partido lo he creado yo.
De pronto, me sorprendió con una propuesta inesperada.
-¿Quieres volver a Levantina de Seguridad? Hay una plaza vacante de subinspector y quizá te interese.
-Te lo agradezco, pero no. Además, el asunto no está resuelto. ¿Crees que voy a olvidar la paliza que le metieron a Lucas?
-Yo no la autoricé, sólo dije que le avisaran; es más, alguno ha querido venir a reventarte y se lo he impedido.
-No querrás encima que te dé las gracias. Escucha... estás rodeado de pelotas impresentables que se ríen de tus gracias, y yo no soy de ésos. Tengo orgullo y, al igual que sé reconocer mis errores, cuando tengo razón la defiendo hasta el final, ¡caiga quien caiga!
-¿Sabes una cosa?
-Qué.
-Nunca me ha vacilado nadie tanto como lo hiciste tú con el tema del partido. ¡Joder, quedé como un estúpido! Te juro que de haber sido otro, estarías bajo tierra... lo que ocurre es que te sigo considerando como parte de <>. Hazme un favor, piensa en la oferta y hazme llegar la respuesta... De todos modos, sabiendo que estás aquí, pasaré a visitarte de vez en cuando.
-Puedes venir cuando quieras.
Le acompañé a la salida y se despidió dándome la mano.

Lo que jamás imaginé que acontecería había sucedido, ¿Qué nuevas sorpresas me aguardarían? Comenté los pormenores del encuentro a los camaradas; se quedaron confusos.
-No te fíes, seguro que se trata de una trampa -expuso uno.
-Estaré con los ojos bien abiertos. Tranquilos, que el que me la hace una no me la hace dos.
Por esa época, principios de 97, un camarada de Patria Libre, llamado Ernesto Cortina, me ofreció empleo en la empresa familiar. La compañía pertenecía a la familia del comandante Cortina, famoso por estar implicado en el 23–F. Mi amigo era su sobrino y yo conocía a su tío de pasada, por haber coincidido en alguna ocasión.
El tiempo transcurría deprisa y desde mi lugar en Suso´s vivía la que entendía como mi última etapa en la noche. Seguía compaginando empleos hasta que una tarde recibí una llamada desde Madrid. Se trataba de mi camarada Ernesto Cortina.
-Muy buenas, ¿qué tal por Valencia?
-¡Hombre! ¡Cuánto tiempo! Pensé que te habías olvidado de mí...
-¡De eso, nada! ¿Puedes venir el jueves de la semana que viene? Mi hermano precisa hablar contigo urgentemente.
-¿Sabes de qué?
-Asuntos de trabajo. Quiere que te incorpores a la empresa como delegado en Valencia... aunque yo no te he dicho nada.
-Entendido. ¿A qué hora tengo que estar y dónde?
-Sobre las seis de la tarde en las oficinas de López de Hoyos.
-Ahí estaré.
-¡Perfecto! Venga, un abrazo y nos vemos el jueves.
Me marché contento. Parecía que empezaba a ver una luz al final del túnel.
Unos días después me encontraba en Suso´s, cuando volvió a aparecer Roberto; esta vez vino directamente a saludarme y me ofreció una copa.
-¿Has sopesado la oferta de empleo que te hice?
-Sí, y aunque la agradezco, me han hecho una mejor.
-¿Puede saberse quién?
-Se trata de una empresa madrileña, pertenece a la familia del comandante Cortina, el del 23-F. Me han ofrecido un puesto de delegado en Valencia.
-¿Los conocías de algo?
-Traté bastante con un sobrino suyo por el tema político.
-Creo que te equivocas al optar por esa gente; de todos modos, te igualo la oferta económica y las condiciones.
-Gracias, pero no es cuestión de dinero.
-Siempre lo es.
-En mi caso puedo asegurarte que no, y lo sabes.
-Mira, Juanma, piénsalo y ya me responderás; pero quiero que tengas algo en claro: has estado con nosotros durante mucho tiempo y sabes cosas que no deberías conocer... Te aprecio y por eso te aviso de que mientras todo vaya bien entre los dos no habrá problemas, pero si alguna vez pretendes tirar de la manta o contar a terceras personas algo que me implique en asuntos turbios... Valencia será demasiado pequeña para que puedas esconderte. No te lo tomes como amenaza...
-¿Que no me lo tome como amenaza? ¡Joder, ésa sí que es buena! ¿Entonces debo entenderlo como un cumplido? ¡Venga, José Luis! ¡Si no sabes hablar sin amenazar!
-Se trata de un aviso. La gente con la que vas a estar se halla muy ligada al Cesid y tendrán interés en averiguar cosas...
-¿Has venido a intimidarme?
-No, es un aviso. Supongo que es hablar por hablar y nunca te irás de la boca. Te aprecio y respeto; no falles y tómate en serio la oferta. Sabes dónde localizarme.
Se despidió dejándome un mal sabor de boca, ¿A qué se debía esa actitud? Dispuse no tomármelo en serio y seguir con la mía. Lo que estaba claro es que jamás trabajaría junto a él.
El jueves siguiente acudí puntualmente a la cita en la capital. Me volví loco buscando la dirección hasta que logré dar con ella; subí a las oficinas, me esperaban Ernesto y su hermano Rodrigo, director general de la empresa. A este último no lo conocía de antes; sabía que era abogado y, de entrada, no me causó buena impresión. Se le veía demasiado estirado.
-Buenas tardes, señor Crespo. Lo he hecho venir con premura porque tanto mi hermano como mi tío, José Luis, han insistido en ello y creen que usted es la persona que precisamos en Valencia.
Le estreché la mano, sorprendido por lo que consideré un trato demasiado escrupuloso, ¡A fin de cuentas teníamos la misma edad!
-Es un placer conocerlo.
Nos sentamos en su despacho y acordamos mi incorporación en aproximadamente un par de meses, para principios de junio. Antes, ellos tenían que solucionar unos temas y buscar instalaciones.
-Mi padre es el Presidente; y mi tío, José Luis, uno de los principales consejeros. Ellos me han dicho que le transmita su propósito de acudir en breve a visitarlo.
-Me parece perfecto, así intercambiaremos impresiones.
Después de despedirme, fui a cenar con Ernesto. Esa misma noche yo regresaría a mi ciudad.
Proseguí la vida con normalidad aunque con los ojos bien abiertos por si Roberto volvía a cambiar de idea y pretendía perjudicarme. Pero la suerte me acompañó y a los pocos días recibí una llamada.
-Buenos días, ¿Es usted Juan Manuel Crespo? -preguntó la voz.
-Sí, ¿de parte de quien, por favor?
-Soy Antonio Cortina. Estoy con mi mujer y mi hermano en el hotel Astoria. ¿Podríamos quedar para comer hoy mismo?
-Por mi parte, encantado.
-¿Le parece bien a las dos en La Marcelina? Me apetece comer una buena paella y ver el mar...
-Estaré puntual.
La comida fue seria, aunque los tres se mostraron afables. La conversación versó sobre la futura delegación y las esperanzas que ponían en ella. Luego tratamos sobre política y se refirieron a mi experiencia con la fundación del partido y su final.
-Una de las causas que nos impulsan a emplearlo es precisamente debido a la entrega que demostró con su proyecto. Tenemos el deber moral de apoyar a quienes sobresalen -dijo Antonio Cortina, el padre de mi amigo.
Agradecí el detalle y me comprometí a hacer que funcionara la delegación. El comandante fue conciso y parco en palabras. Nos despedimos tras quedar en Madrid para un par de semanas después: había que ultimar detalles.
Ese mismo día comuniqué a los propietarios de Suso´s que en breve finalizaría mi compromiso con ellos, pero que hasta entonces seguiría al pie del cañón. Del mismo modo solicité la baja en Protecsa. Aunque siempre se comportaron impecablemente, decidí no ir tan agobiado de cara a mi próxima incorporación.
La segunda cita en la capital fue distinta. Acudí a las instalaciones de López de Hoyos y, desde ahí, Ernesto me llevó a un restaurante donde me aguardaban su padre y su tío; Rodrigo excusó su ausencia debido a un juicio donde ejercía de abogado. ¡Qué alivio!
Nos sentamos en un reservado y comenzaron a referirme las ventajas de la empresa: pagaban salarios según convenio, responsabilidad ante todo, eran los mejores del sector... y toda la serie de lindezas que suelen decirse cuando de lo que se trata es de vender un producto. Su lista de clientes también era buena: Construcciones Vallehermoso, Museo militar del aire, Partido Popular...
Antes de los postres seguimos hablando un buen rato y el padre de mi amigo me dio un consejo:
-De la relación con los clientes no quiero que diga ni una palabra a nadie. A partir de este instante usted es nuestra persona de confianza y se debe a nosotros, lo mismo que a la inversa; por eso le hemos otorgado un puesto de tanta importancia. Y otra cosa: evite que se conozca que mi hermano José Luis forma parte de la estructura de la empresa; eso podría perjudicarnos...
-Lo haré, pero no entiendo muy bien por qué eso debería afectar. Él resultó absuelto en el proceso y, aunque no lo hubiera sido, cada cual tiene derecho a pensar lo que quiera.
-No es tan sencillo. Verá, éticamente no resulta claro explicar por qué la empresa de seguridad de la familia de un golpista realiza la vigilancia en instalaciones militares. Es cierto que la adjudicación se hace mediante concurso público, pero algunos de los responsables de la adjudicación tienen lazos demasiado estrechos con mi hermano como para pasar inadvertidos... Por otra parte, somos una de las pocas empresas de seguridad españolas contratadas para escoltar a los concejales populares en las provincias vascongadas. ¿Puede suponer qué escándalo se produciría si se supiera que los del PP contratan los servicios de un militar enjuiciado en el 23-F? ¡Y no es un oficial cualquiera! ¡¡Es el comandante Cortina, uno de los jefes del Cesid!! ¿Entiende lo que le digo?
-Sí, supongo que sí... Aunque no comprendo cómo, sabiendo eso, los del PP han contratado sus servicios.
-Precisamente ahí radica el problema... ¡Muchos lo ignoran! Pero tienen mucho que callar...
-¿Por ejemplo?
-No se lo podemos decir.
-¿No decían que soy su hombre de confianza? Podrían demostrarlo...
Cayeron en su propia trampa. Noté que los ojos del padre de mi amigo se movían buscando una señal. Fue su hermano, el famoso militar, quien respondió a la pregunta.
-En el entorno del PP hay mucha gente noble y buena, pero, como en todas partes, también existen vividores que buscan hacer de la desgracia ajena un negocio. En este caso, hay algunos que están llenándose los bolsillos con el tema de las escoltas, se han montado sus propias empresas de seguridad y cobran comisión por adjudicar servicios.
-¿Esta empresa también paga comisiones?
- No voy a contestar a esa pregunta. Pero todas las compañías lo hacen; esos clientes reportan mucho capital a la empresa y resultaría impensable acceder a ellos sin pagar un tributo a determinados personajes... ¡Los negocios son así!
En mi interior comenzó a desarrollarse una pequeña batalla interna. ¿Es que todo radicaba en el maldito dinero? ¿Y los ideales? ¿Sería cierto que no servían para nada? Pensé en José Antonio, Ramiro, Onésimo... e incluso en el Ché y en Durruti... Todos ellos murieron defendiendo sus principios, y caí en la cuenta que prefería mil veces estos ejemplos que el de los otros, cegados por la ambición y la riqueza. Supongo que seré diferente; puede incluso que sea un gilipollas soñador, pero así es como pienso.
Mientras se desarrollaba el coloquio sentí curiosidad por hablar con el comandante sobre otros asuntos más interesantes. Decidí entrar a trapo.
-Durante muchos años he estado carteándome con el teniente coronel Tejero.
-¿Ah, sí? Hace tiempo que quedó libre -afirmó.
-Lo sé. Empecé a escribirle unos meses después del 23-F, cuando él estaba encerrado en el castillo de San Fernando, y mantuvimos una relación epistolar hasta poco antes de que él saliera del castillo militar. De hecho, llegó a invitarme a la ordenación sacerdotal de su hijo.
-Sí, tiene un hijo cura y otro militar -confirmó lacónicamente.
Percibí que la conversación no era de su agrado. Yo, por mi parte, ya estaba a punto de tirar la toalla, cuando Ernesto prosiguió el diálogo:
-Mi tío resultó el único absuelto en el proceso, no pudieron probarle nada.
-Igualmente no tendría nada que ver –expuse, con el propósito de tirarle de la lengua.
-¿Que no? -clamó su sobrino, riéndose-. Tío, cuéntale a Juan lo de los americanos...
El comandante dirigió a Ernesto una mirada seria.
-Si quieres hablar de este asunto baja la voz, las paredes oyen, ¡y sé muy bien lo que digo!
Decidí derivar la tertulia hacia otros derroteros menos comprometidos. El tiempo y el vino dirían el resto.
-Un íntimo de mi familia participó en los sucesos de Valencia, estaba de ayudante de Milans del Bosh -comenté.
-¿Mas Oliver? -interrumpió el militar.
-No, era otro teniente coronel. Después de la intentona lo postergaron a un cuartelucho de Castellón.
-Sí, se tomaban con frecuencia esas medidas.
-El golpe acabó en una chapuza; y eso que estaba muy bien preparado, ¿No, tío? -intervino Ernesto.
-No fue ninguna chapuza, como se ha dado en entender. Al contrario, estaba todo calculado al milímetro. Lo malo es que la fecha tuvo que adelantarse a la inicialmente prevista debido a las circunstancias políticas y sociales; de haberse realizado un par de semanas después, habría salido perfecto.
-Usted estaba como jefe del Cesid, ¿no?
-Más o menos... pero sí, gozaba de cierto poder en <>.
-¿Y si te dijese que mi tío acudió a la embajada de los Estados Unidos para anunciarles lo que iban a hacer, para no pillarles por sorpresa?
-Entonces, ¿es verdad que se pidió permiso a los norteamericanos?
-El 23-F ni fue ni el golpe ni la vacuna de nada. Luego resultó de todo un poco. En esos momentos existía un enorme caos en España, ETA asesinaba a diario y la crisis social era crítica. Muchos pensaban que no quedaba más remedio que preparar algo que pusiera un poco de orden ante tanto desenfreno y que, de paso, mantuviera en su puesto al rey, quien representaba la única garantía de unión. A la embajada norteamericana se acudió para plantear nuestros propósitos ante los responsables de <>.
-¿<>? ¿Se refiere acaso a los jesuitas? –inquirí, sorprendido.
El comandante soltó una carcajada.
-¡No, ni mucho menos! <> es el nombre en clave que utilizamos para referirnos a la CIA. No podíamos plantearnos nada sin antes ponerlo en su conocimiento... Bueno, retomando la conversación, te decía que incluso un par de generales viajaron a Washington para entrevistarse con Reagan. Cada detalle se cuidó al dedillo y no tenía porqué fallar nada.
-¿Y qué es lo que falló?
-Realmente nada y todo. Los americanos nos dejaron hacer, aunque sin demasiada ilusión. Suponte que los generales que viajaron a ver a Reagan hubieran sido recibidos por un mando militar norteamericano que hubiese transmitido el beneplácito de su gobierno y poco más. En España se cometió un error contando con Tejero. Él es un hombre de valor demostrado, pero no tenía que haberse encargado de ocupar el Congreso, ahí metió la pata Milans.
-¿Se lo encargó él?
-Milans confiaba en Tejero. Lo que sobrevino es que el guardia civil tenía un sentido muy especial de la disciplina; atendía las órdenes que le interesaban y las que no, las contravenía. Se trataba de un oficial de acción que hubiera servido como geo, pero no como mando militar. Me jode decirlo, porque lo considero un patriota y una persona de honor, pero así es.
-¿Usted sigue en el ejército?
-Uno es militar si lo siente; llevar uniforme es lo de menos. Varios miembros de la familia siguen con la vocación, e incluso algunos trabajan en <>; por mi parte, estoy desarrollando una empresa que creé y, junto con el proyecto de la empresa de seguridad, la verdad es que no tengo tiempo para aburrirme.
-¿A qué se dedica su otra empresa?
- A cuestiones informáticas...
-¡Anda ya! -dijo Eduardo-. Nuestra empresa se encarga de conseguir información para nuestros clientes. ¡En estos tiempos todo el mundo quiere saber cosas sobre la competencia!
<>, pensé.
-¡Hombre! No parece ser muy legal... -expuse.
-¡Ernesto! -clamó su tío-. Ya te he dicho que esas cosas no deben hablarse fuera de casa -dirigió la mirada hacia mí-. No lo digo por usted, pues merece nuestra absoluta confianza, pero no me fío de las paredes...
-Supongo que tiene razón -afirmé.
-Siempre hay cosas que deben permanecer ocultas. Poseer información significa tener poder -explicó el militar.
-Es lo mismo que dice siempre José Luis.
-¿José Luis? -repitió el comandante.
-Sí, tío... el de Levantina de Seguridad; se llama José Luis Roberto. Ya te he hablado de él...
-¡Ah, sí! Lo he oído nombrar.
-Él afirma que es del Cesid -comenté.
-¿Ése de <>? ¡Ya le gustaría! Seguro que no... ¡Vamos, eso se lo garantizo! Puede que sea un confidente, pero nada más.
Faltaban días para comenzar en la empresa de los Cortina cuando reapareció Roberto en Suso´s. Me llamó para invitarme a una copa; en esta ocasión se le veía simpático.
-Dentro de poco es el 18 de julio -comentó-. ¿Piensas venir a Serra?
-No sabía que pensabas organizar algo. ¿Puede saberse qué grupo convoca?
-Salva Gamborino ha dado su DNI a la delegación del gobierno para pedir autorización. Será un éxito, pienso llamar a todos los empleados y servirá de prueba de fuego.
-¿Prueba de qué...?
-Tengo la idea de montar un partido tal y como ideaste el tuyo, sin referencias al pasado y con discursos nuevos; lo de Serra servirá de carta de presentación. ¿Te interesa participar en el proyecto?
-No te lo tomes a mal, pero contigo no.
-En parte te entiendo, pero esta vez será distinto... Pienso llevarlo como una empresa. De entrada, todos los cargos deberán trabajar en Levantina de Seguridad, para evitar que se repita lo que hiciste... Además, he retomado las conversaciones con G. T. y espero poder reunirme pronto con Zaplana. Si tú vinieras daríamos una sensación de unidad y fuerza que nos beneficiaría a todos.
-¿Cómo? ¿Cogiendo más servicios para Levantina de seguridad?
-Ese asunto es indiscutible. Además, es más seguro que ir recogiendo dinero por aquí y por allá. Si te interesa, hallaré la forma de que ganes mucho más de lo que has soñado; piénsatelo.
-Lo tengo pensado; de todos modos, te lo agradezco.
-El nuevo partido no se llamará Falange ni nada parecido. Tiene que transmitir ideas nuevas para que vean que suponemos un riesgo real de cara a unas elecciones.
-¿Pensarás alguna vez en los demás aparte de en tu beneficio?
-Escucha... ¡Soy tan sindicalista como tú! Predico con el ejemplo proporcionando empleo a los camaradas...
-¡Menudo ejemplo!
-¡Déjate de idealismos baratos, la única forma de que te siga la gente es teniéndolos bien cogidos por el bolsillo!
-¡Pues tendrás que crear una empresa capaz de emplear a cuarenta millones!
-¡No seas absurdo! La cuestión no es ganar, sino vender la idea de que podemos conseguirlo. Sé que no me entiendes, pero algún día comprobarás que tengo razón.
-Lo dudo, José Luis.
La madrugada del 18 de julio de 1998 yo seguía en mi puesto de Suso´s; unas semanas atrás había comenzado en mi nuevo puesto y entre unas cosas y otras andaba bastante liado. A las cuatro entró Ángel Mayor, el de las escuchas de la diputación, se acercó a mi lado y, sin más preámbulos, dijo textualmente, en tono amenazante:
-Vengo a advertirte, de parte de Roberto, que no te extrañe si dentro de poco vienen un par de personas a hacerte una visita.
Me quedé inmóvil. No me esperaba una amenaza... además, ¿a cambio de qué? ¡Y encima en mi trabajo! La extrañeza abrió paso a la ira. Me acerqué a Ángel hasta situar mi rostro a un centímetro escaso del suyo y exclamé:
-Pues escucha atentamente el mensaje porque quiero que se lo transmitas literalmente. Le dices a José Luis que bastante liado estoy, trabajando como un burro, como para tener que aguantar sus memeces... ¿Lo has cogido?
-Sí.
-Pues sigue tomando nota, que aún no he acabado... Luego le dices que, como venga alguien a tocarme las narices o note una abolladura en el capó del coche o incluso una cagada de paloma, iré a su empresa y, por muchos machacas que tenga, le arrearé tal somanta que se va a acordar de mí. ¡¡Entendido!!
-Sí, pero...
-¡Todavía no he acabado, gilipollas! También quiero que le comentes que no le tengo ningún miedo, y que, como siga en ese plan, acudiré a denunciar sus tejemanejes con la policía a la Audiencia Nacional o al Tribunal de Estrasburgo, si hace falta... ¡Ya hay bastantes muertos en el armario como para que quede impune ese puto cabrón! ¡¡Y eso también va por ti!! ¿Comprendido, o quieres que te lo deletree?
Asintió, pálido como la cal: sabía perfectamente que yo conocía datos precisos sobre algunos turbios asuntos que no me interesaba descubrir.
-Sí, pero creo...
-¡Te equivocas! ¡¡Tú no crees nada!! ¡¡Haz lo que te he dicho y punto!! ¿Entendido?
-Sí.
-Muy bien, ahora vas a salir por donde has entrado y no quiero volver a verte en mi vida. Y no dudes de que hablo en serio. ¡Estoy harto de soportar a impresentables mafiosos de mierda!
Acabado mi discurso, Ángel salió sin volver la vista atrás. No suelo enfadarme y odio hacerlo, pero tanto cúmulo de amenazas me tenían más que harto y acabé explotando. Sabía que Mayor, como siervo fiel, daría el recado. Y yo tendría que estar con los ojos bien abiertos.
En informaciones posteriores me enteré de que el cabreo de Roberto venía motivado porque al acto de Serra no acudieron ni media docena de personas. Su frustración se la cobró conmigo, aunque lo peor aún estaba por llegar.
No había transcurrido ni una semana desde que Ángel Mayor vino a amenazarme y desde entonces no había sabido nada, aunque esperaba respuesta del de Levantina de Seguridad.
Aquel jueves quedé en ir a cenar con un par de amigos al restaurante de VIPS, en la Gran Vía Marqués del Túria. Las manecillas del reloj marcaban las diez cuando conseguimos mesa justo al lado de la puerta; me senté de espaldas a la misma, mirando hacia el comedor y frente a mí se acomodaron mis acompañantes. No llevaríamos ni diez minutos cuando percibí de refilón a alguien cuyo inconfundible caminar me resultaba familiar. Giré con disimulo y observé a Roberto: iba acompañado de una chica rubia y de un hombre alto y fornido. A ella la conocía de vista y sabía que se trataba de su nueva novia, una prostituta del este; al otro no lo había visto jamás, aunque por su aspecto también semejaba un ciudadano del este... probablemente un matón de Roberto.
No repararon en mí, aunque sería cuestión de tiempo que lo hicieran. La casualidad quiso que les ofrecieran sitio justo delante de nosotros, a escasos tres metros; y que Roberto se aposentara de frente a nosotros. Cuando curioseara en mi dirección me vería de lleno.
Proseguí comiendo como si tal cosa, cuando lo inevitable acaeció.
El de Levantina de Seguridad acababa de fijar sus ojos en los míos y noté que se le transformaban las facciones; musitó algo al oído del otro y, tras escrutarme, se levantaron marchando en mi dirección.
-¡Hombre, Juan! -pronunció cínicamente-. ¡Qué ganas tenía de verte! Precisamente vengo con un amigo ruso que lleva varios días buscándote...
Sin pensar muy bien por qué, me levanté y anduve hacia el gorila a la vez que le ofrecía la mano. El pobre chico no entendía nada y me la estrechó con cara de circunstancia, ante la mirada asombrada de Roberto, quien, enfurecido, se acercó en plan amenazante:
-¿Vas de listo, pringao? ¡Quién coño te crees que eres para amenazar con denunciarme! ¡No tienes ni idea de con quién te estás metiendo! -soltó.
Noté que el cachas se situaba discretamente a mi izquierda para controlarme, mientras su amo avanzaba con los ojos desencajados. Me puse en guardia e increpé:
-¡No des un paso más, te lo advierto, José Luis! ¡¡No quiero líos, pero no me busques las cosquillas!!
La presencia del otro proporcionó agallas a Roberto, que anduvo hasta colocar su cara rozando la mía.
-¡Esta vez no escapas! -amenazó-. ¡Lo que le dijiste a Ángel vas a pagarlo!
Observé que el resto de los clientes contemplaban la escena, atemorizados. En una esquina distinguí el uniforme verde del vigilante de Prosesa disponiéndose a intervenir y comprendí que no podía dejar que el macarra que tenía enfrente siguiera chillándome sin más. Decidí plantar cara... ¡Y a por todas!
Preparé la estrategia de defensa. A escasos centímetros de mi mano tenía un vaso de cristal. Si el ruso se acercaba un milímetro, se lo estrellaría en la nariz, en donde no hay músculos. El de Levantina de Seguridad no me preocupaba: patada en la entrepierna seguida de un fuerte cabezazo en el tabique nasal y caería redondo. Con el plan trazado y la adrenalina a punto de salir por las orejas, lo reprendí:
-¡¡Escucha gilipollas!! ¡¡O te apartas de mí antes de un segundo o de la leche que te arreo van a sacarte de la pared con escoplo!! ¡¡Si tienes lo que hay qué tener, sal conmigo a la calle!! ¡¡Tú y yo solos, sin mirones ni machacas!!
Mi inesperada reacción provocó que José Luis retrocediera un par de pasos. Debió pensar que iba a atacarlo. Rápidamente metió la mano bajo la chaqueta y empuñó, sin sacarlo del cinto, un pistolón plateado.
Se sintieron gritos de pánico y el vigilante corrió hacia mi agresor. Viéndolo llegar, Roberto gritó:
-¡Estate quieto, hijo de puta! ¡Si das un paso más, estás acabado!
El de seguridad se quedó indeciso a un par de metros y al instante apareció una segunda persona vestida con traje y corbata.
-Soy el encargado del local... Por favor, esconda el arma.
-¡Tengo autorización para portarla! ¡Soy jefe de seguridad de Levantina de Seguridad y esta pistola es legal!
-De acuerdo... de acuerdo... es legal. Sé quien es usted y créame que sólo quiero evitar problemas.
-¡No pienso salir de aquí! ¡Y dile a ése que como se acerque un paso lo frío a tiros! -dijo refiriéndose al de Prosesa.
-Tranquilo que nadie lo va a echar ni a ponerle la mano encima. Por favor... -indicó al vigilante-. Márchate a la puerta, el señor es un cliente conocido.
Mientras éste obedecía la orden y volvía a su puesto, Roberto, un poco más tranquilo, sacó la mano de la <>.
-Voy a sentarme, ¡pero no pienso irme!
-De acuerdo... no se vaya... pero, por favor, siéntese en esta otra mesa que le hemos preparado –dijo, señalando a una más apartada.
Roberto accedió y, tras lanzarme una mirada amenazante, acudió a instalarse en su nuevo emplazamiento.
Mis amigos estaban más blancos que la cal. No se esperaban esa película.
-¡Oye! Acabamos de cenar y nos vamos, ¿vale? -dijo uno.
-No. Si os queréis marchar os vais, pero yo me quedo. Si salgo antes que él pensará que le temo.
Roberto debió de cavilar lo mismo y aguantó a largarse hasta las tres, hora del cierre. Salí tras él sin aparentar nervios. La guerra acababa de comenzar. En lo sucesivo intentaría actuar con cabeza y no caer en nuevas provocaciones.

Luego comenzaron a llegarme rumores sobre José Luis, en relación al enfrentamiento de VIPS.
-Debes andarte con mucho ojo, ayer convocó a varios de sus hombres de confianza para tratar sobre ti. Van a quitarte del medio; no estaría de más que te agenciaras una pistola -me avisó un amigo, trabajador de Levantina de Seguridad.
-Ya veremos lo que hago; de todos modos, gracias por el consejo.
Acentué la guardia para prevenir posibles <> y, tras mucho meditarlo, decidí prescindir de llevar arma. Emplearla sólo empeoraría las cosas, y la experiencia me decía que, si alguien va a por ti, por muchas pistolas que lleves acaban pillándote, y el resultado suele ser peor.
En esos días, Suso´s se convirtió en un centro de cotilleos respecto a la disputa que manteníamos con Roberto. Muchos ex compañeros de <> acudieron a prevenirme, desatendiendo las órdenes de su jefe. A todos vosotros, compañeros, muchísimas gracias, de corazón.

Durante un año y medio permanecí en la nueva empresa de seguridad. Uno de los primeros clientes que capté poseía una discoteca. Éste, además de contratar la seguridad, pidió que le proporcionara camareras para las barras. Recurrí a una amiga que trabajaba en una agencia dedicada a proveer profesionales para estos menesteres y ésta me facilitó un listado de chicas; mi mujer telefoneó a varias y quedó con dos que se encontraban dispuestas a incorporarse inmediatamente. Una de ellas, llamada: Iris Aparicio Tomás, preciosa rubia de ojos verdes, me prendó desde el primer momento e iniciamos una relación. Lo que pretendí que fuera rollo de una noche acabó convirtiéndose en un noviazgo de más de tres años. Siempre supuse que salía conmigo porque económicamente me iba bien, pero yo era feliz y no me importó. Al poco de conocerla, y comportándome como un verdadero canalla con la persona que un día llevé al altar, me separé legalmente de mi mujer y decidí volcarme en mi nueva pareja.
Paralelamente, me entregué a la empresa buscando servicios y trabajadores para cubrir los puestos. Hacía de todo: delegado, secretaria, jefe de personal, señora de la limpieza y chico de los recados.
En Madrid ponían mucho interés, pero la delegación les venía grande... y no precisamente por exceso de clientes, sino porque se ahogaban en un vaso de agua y no estaban preparados para afrontar el reto de la expansión.
A mí me faltaba experiencia comercial e intentaba suplir esa carencia doblando en el trabajo; cada día visitaba a no menos de diez posibles interesados. A los seis meses trabajábamos en Castellón, Valencia y Benidorm.
En la empresa había buenas intenciones, pero poco más. Rodrigo Cortina estructuró la empresa como un ministerio: muchos formalismos pero poca iniciativa. Para atender cualquier petición de clientes, como, por ejemplo, una ampliación de horarios, tocaba realizar tal maraña de gestiones que, cuando la ampliación se autorizaba, el contratante ni se acordaba de que la había solicitado.
Encontré el gran inconveniente de buscar vigilantes en una época en la que prácticamente estaban todos ocupados y nadie se arriesgaba a dejar su empleo fijo para ir a una empresa a la cual no conocía ni la madre que la parió. Los trabajadores acudían fiándose de mi palabra.
Al cabo de un año, la situación era insostenible. Los empleados cobraban tarde y mal; la administración era sencillamente patética y amenazaron con dejar de trabajar hasta que les pagasen lo acordado.
Para solventar el problema me tocó hacer a la vez de representante de empresa y delegado sindical; al final, para evitar que la gente se marchara, tuve que adelantarles de mi sueldo lo que la empresa les adeudaba.
Cuando se cogieron los servicios de Benidorm, el asunto empeoró. Los vigilantes acudían diariamente desde Valencia para cumplir con doce horas consecutivas de trabajo; para llegar tenían que realizar 350 kilómetros en coche y gastar mil quinientas pesetas por jornada, en concepto de peaje de autopista. La empresa quedó en pagar esos gastos y las dietas, pero al cabo de un mes hicieron las cuentas y no les cerraban, con lo cual optaron por costear solamente mil doscientas pesetas por hombre y por día; es decir, que, para los de seguridad, acudir a ejercer su función les suponía poner capital de su propio bolsillo.
Busqué una salida, pero hablar con Rodrigo implicaba discutir con una pared de hormigón armado y, evidentemente, los muros no entienden razones... Solución: con mi sueldo aboné los estipendios... pero tampoco alcanzaba. Se me ocurrió otra alternativa: le pedí a Ernesto que me autorizara a emplear para ese menester directamente el dinero en efectivo con el que algunos clientes satisfacían sus facturas, y que luego ya haríamos cuentas; él dio el visto bueno y así se hizo. Pero al cabo de varios meses se volvió atrás, debido al enfado de Rodrigo al enterarse que dicha medida se había tomado sin su consentimiento.
Los ánimos de los trabajadores ya estaban bastante caldeados y esta nueva situación hizo desbordar el vaso de su paciencia. Para más inri, en Madrid declararon una quiebra técnica para evitar pagar los salarios completos... Ante esa medida, los clientes bloquearon el pago de facturas y emplearon ese dinero en liquidar los jornales de los vigilantes.
El enfado de los responsables de la empresa provocó que fuera yo quien pagara los platos rotos. Al poco tiempo se enfriaron las relaciones y solicité la baja voluntaria. En cuestión de semanas fueron rescindidos los contratos con el grupo en toda la Comunidad Valenciana.
Durante el periodo que permanecí en la empresa me tocó aportar más de setecientas mil pesetas de mi paga para contribuir a liquidar las mensualidades incompletas del personal; esa actitud me granjeó las simpatías de estos y también de los clientes, quienes me propusieron formar mi propia compañía de servicios con la garantía de que ellos los contratarían. Así lo hice.
Durante ese periodo, varios ex empleados presentaron diversas denuncias en contra sus anteriores jefes, y éstos a su vez me reclamaron judicialmente las ochocientas mil pesetas que se emplearon, con su conocimiento, para satisfacer a sus asalariados.
Sin importarme mucho el asunto legal y con la conciencia bien tranquila, me esforcé en poner en marcha mi inesperado negocio y, de paso, hacer feliz a la persona que quería y por la que pensaba darlo todo.
Mis inicios como empresario resultaron difíciles, pero me esforcé en serio y, poco a poco, fui consiguiendo trabajos. No desaprovechaba ni un minuto en tratar de conseguir que resultara todo perfecto, me rodeé de un buen equipo e incrementé los jornales en un diez por ciento por sobre lo contemplado en el convenio; con esta medida pretendía crear fidelidad y buenos profesionales que sintieran como propia a la empresa. Con relación a los clientes, agilicé todas las gestiones de forma tal que, con sólo levantar el teléfono, tuvieran solución a sus demandas, e inicié una relación cercana.
De las primeras doscientas mil pesetas brutas que facturé el primer mes, pasé a veinticinco millones mensuales en menos de un año... ¡Y hacia arriba! Tuve suerte de lograr excelentes trabajadores y un selecto grupo de clientes, lo que provocó la envidia de más de uno y sobre todo de mis antiguos jefes.
Me denunciaron por competencia desleal y Roberto, sencillamente, comenzó a llamar a quienes me contrataban con la intención de amedrentarles. Pero estas contingencias no resultaron perjudiciales para mi imagen; al contrario, la gente conocía de sobra a estos individuos y sabía que no eran trigo limpio... Que me enfrentara a ellos utilizando sus mismas armas levantó una cierta corriente de simpatía.
Mi relación sentimental marchaba viento en popa, me desvivía por mi novia colmándola de regalos e invitándola a viajes por toda España; ella, por su parte, aunque se quejaba de que yo siempre estaba trabajando y de vez en cuando sentía celillos al recordar que anteriormente estuve casado, también me satisfacía con obsequios y mucho cariño aparente.
Todo funcionaba perfecto: tenía mi hija, a la que adoraba, una novia perfecta, una empresa que comenzaba a levantar cabeza, dos negocios más en camino... ¡Nada podía romper tanta dicha! Pero lo impensable sucedió y precisamente por parte de quienes menos podía imaginar.
A mediados del 2001 ya llevaba más de dos años con el negocio y casi tres con mi pareja, quien me había presentado a su familia. Entre ellos congenié con un familiar, Enrique Tomás Segarra, propietario de: Ibérica de Automóviles, dedicado al negocio de venta de coches y con el que en poco tiempo entablé una buena relación que culminó en la contratación de los servicios de mi empresa.
Muchas mañanas acudía a visitarlo y él siempre me invitaba a desayunar. Lo admiraba porque se había hecho a sí mismo. Comenzó de mecánico y en unas décadas fundó una serie de empresas que lo convirtieron en uno de los personajes clave del sector automovilístico de Valencia. Siempre que tenía ocasión yo le manifestaba mi intención de llegar a ser cómo él en el terreno profesional. Pero un día me contó su verdad y se desmoronó su imagen...
Nos encontrábamos tomando café en la pequeña cafetería que tenía montada en su nave industrial, cuando me refirió sus inicios empresariales.
-La solución para lograr alcanzar el éxito radica en el esfuerzo y mucho, muchísimo trabajo. Tú vas por buen camino y llegarás a triunfar en el negocio que has emprendido; el sector de la seguridad está en auge y sólo precisas un pequeño empujón -expuso.
Entendí su consejo como una velada proposición para invertir en mi proyecto, máxime cuando meses atrás me había referido su intención de constituir una compañía de vigilancia de <>.
-Sí, la verdad es que tengo muchísimo trabajo y en ocasiones se me hace cuesta arriba llevar todo el peso en solitario... aunque tengo la esperanza de encontrar un socio, al principio ni me lo planteaba... pero es mucha faena para mí sólo -dejé caer cómo si tal cosa.
-Todo cuesta y nadie se hace rico trabajando... –reveló Enrique Tomás.
-¡Hombre, tampoco es así! -expuse ingenuamente-. Usted mismo es un ejemplo de que mediante el esfuerzo se puede arrollar en los negocios.
Me contempló sonriendo y añadió:
-Cuando tenía veinte años, todos mis amigos salían los fines de semana con sus novias. Yo, por el contrario, me tomaba, el <> y marchaba a Portugal; con mi sueldo compraba coches usados que luego revendía en España y así logré mis primeros beneficios... pero sólo con eso nunca habría podido llegar a la posición económica actual.
-No entiendo lo que pretende decirme.
-Pues que, en ocasiones, hay que ser avispado para entender en dónde está el dinero. Con motivo de mis viajes a Portugal conocí a personas que me conseguían los coches a menor precio, con lo cual obtenía más beneficios... Siempre supuse que quizá habría algo sucio detrás...
-¿Algo sucio?
-Sí, me refiero a que fueran coches robados... Pero, ante esas dudas que se me planteaban, pensaba siempre en mi familia y decidí que valía la pena arriesgarse por ella, al menos hasta lograr unos ahorros que pudieran permitirme montar mi propio taller. ¡De todos modos alguien iba a lucrarse con esas ventas! Pues, para que se forre otro, me forro yo y que lo disfruten mis hijos... El secreto está en saber parar; si entra dinero fácil y te acostumbras a él... ¡Malo!
Su confesión me dejó atónito. Sencillamente, no me lo esperaba.
-Te cuento esto porque ya eres como de la familia; por supuesto confío en tu discreción...
-Claro... claro... –repetí, aturdido.
-Si sigues queriendo un empujoncillo podemos encontrar una solución...
-Yo... es que no creo que valga para vender coches robados.
Mi interlocutor rió por mi ocurrencia.
-¿Quién habla de coches robados? Eso sucedió hace mucho tiempo... ahora, el dinero está en otros sitios más fáciles.
-¿En dónde? -pregunté.
-En el oro blanco, la cocaína.
Ante dicha afirmación sentí un cosquilleo y percibí que se me erizaba el vello, ¿Habría oído bien?
-¿Ha dicho la cocaína?
-En la época del oeste era en el oro donde residía la riqueza. Actualmente es mediante la coca la forma en que puede hacerse fortuna en poco tiempo. Lo que pasa es que hay que tener cabeza para saber decir basta; de lo contrario, acaba volviéndose todo en contra. Para ganar dinero y disfrutarlo hay que tener una poderosa infraestructura. ¿Te interesa el asunto?
-Pues la verdad es que no sé, toda la gente que conozco relacionada con la droga ha acabado mal.
-Eso ha sido porque no pueden justificar ingresos y no han sabido parar. El negocio de la coca es nefasto si además no dispones de otro medio de vida. Es más, la cocaína en sí no es un negocio, sino una ayuda para afrontar los momentos malos y superar el bache.
-¡Pero es ilegal! Se trata de sustancias prohibidas y perjudiciales...
-También son perjudiciales el tabaco y el alcohol, la diferencia entre unas y otras radica en que unas son drogas legales, pagan impuestos y las otras no. Además, no se le obliga a nadie a comprar... es una decisión libre; pero, si te interesa, el trabajo que podrías realizar es comercial... No tendrías que vender, ni siquiera verla. Es lo que hago yo, hay una estructura y no me acerco ni a un sólo gramo.
-¿Y qué tendría que hacer?
-Comprar empresas -expuso escuetamente-. Tú misión sería indagar negocios en quiebra que comercien desde hace años con cualquier país de Hispanoamérica, luego buscas un testaferro y comprarlos. No te preocupes de los pormenores, que ya te pondré al día.
-Pero, la policía...
-¡Olvídate de la policía! ¡Ésos son los que menos deben preocuparte! Además... ¿quién piensas que la distribuye?
-¿La policía?
-Tengo algunos buenos contactos con ellos, se encargan de la distribución y avisan si alguien mete las narices más de la cuenta. Pero, la verdad, hasta la fecha no he tenido ningún problema en ese sentido. Aparte de todo, en ocasiones les cedo coches para realizar seguimientos o para alguna ocasión especial; sin ir más lejos, hace poco le dejé un vehículo de alta gama a un comisario para la boda de su hija. Tú hazme caso: esta gente, si ve dinero de por medio, no representa el menor problema.
No me sorprendió su afirmación, aunque desconocía su estrecha relación con este cuerpo. Por mi trabajo sabía que en todos los negocios ilícitos siempre había un policía metido. Tengo muy buenos amigos en este gremio y sé que la mayoría de ellos son honrados, pero el dinero fácil atrae... y algunos no son de piedra.
Al escuchar estas aseveraciones, recordé el consejo que nos dio en cierta ocasión un inspector de la Policía Nacional a un grupo de vigilantes: <>. Y eso es lo malo; si lo haces, corres el riesgo de convertirte en uno.
-¿Tengo que contestarle ya?
-Si tienes cualquier clase de duda consúltalo con la almohada y ya me dirás tu respuesta la semana que viene. Pero si eres listo dirás que sí. De todos modos, no comentes nada de este asunto ni a mi sobrina ni a nadie.
-De aceptar, ¿cuánto dinero podría llegar a ganar?
-Tendría que calcularlo, pero organizando una entrada de mil kilos... serían entre ciento cincuenta y doscientas mil pesetas por kilo.
Hice cálculos mentales y la cuenta me dio una media de... ¡Doscientos millones de pesetas!
-Es mucho dinero -lancé.
-Ya te he dicho que es el oro blanco. Piénsatelo y hablamos en serio.
Abandoné su compañía con un tremendo pesar. Nunca supuse que alguien tan respetable pudiera dedicarse a una actividad tan sucia. Había trabajado muchísimos años como vigilante en las más conocidas discotecas de la <>; cientos de veces me ofrecieron rayas de coca, pero nunca accedí a probar ni siquiera un porro. Odiaba esas sustancias precisamente porque las conocía... ¡No personalmente! ¡No vayan ustedes a pensar...! Y durante las noches que presté servicio, presencié peleas, paranoias, accidentes de tráfico e incluso lloré por más de un conocido, muerto por consumir droga. Sentía inquina hacia ese mundo y siempre dije NO a las propuestas que me realizaron en algunos locales, ya sea para distribuir esa bazofia o por hacer la vista gorda. Es cierto que nunca me ofrecieron tanta cantidad de dinero, pero eso era lo de menos. Mis principios vitales eran tres y en este orden: familia, justicia y patria... y no la riqueza a costa de destrozar familias. Decidido: nunca traficaría, por mucho dinero que estuviera en juego, y así se lo haría saber a este señor.
Pasados unos días lo telefoneé y le comuniqué que no sólo no accedía a su sugerencia, sino que había decidido rescindir, unilateralmente, el contrato que me unía con él. Mi osadía no acabó de sentarle bien y me colgó con un lacónico: <>.
No manifesté nada a Iris Aparicio Tomás, mi novia, sobre este sucio asunto, pero supo que mi empresa ya no trabajaba con su tío y me lo recriminó.
-¿Qué ha ocurrido? Te dije que no me hicieras quedar mal. ¡Cuéntame qué han hecho tus vigilantes!
Aunque al principio no conté nada, viendo que su enfado iba a más, decidí sincerarme; pensé que la fobia que ambos compartíamos hacia ese tipo de sustancias nos uniría en este caso... pero no fue así.
Me tachó de mentiroso y acudió a ver a su tío Enrique Tomás Segarra, para averiguar qué había de cierto en toda esa historia; evidentemente, él lo negó todo y, como era de esperar, ella lo creyó.
A los pocos días me citó en su despacho para liquidar las facturas pendientes. Pero no sólo no pagó la deuda, sino que me echó una bronca de padre y señor mío.
A partir de ese instante, y para cubrirme las espaldas, comencé a recopilar información sobre este empresario... por lo que pudiera pasar.
Así supe, por ejemplo, que un año antes, Enrique Tomás Segarra, mandó a su sobrino Miguel Ángel Aparicio Tomás, hermano de Iris, que simulara un robo en su chalé con el objeto de cobrar el seguro. Miguel Ángel no puso reparos, máxime cuando su tío le entregó un millón de pesetas por fingir el asalto. Esta pequeña cantidad, no supuso una fortuna para Miguel Ángel, quien desde hacía años traficaba con cocaína y éxtasis; el gran beneficiado de la estafa fue Enrique Tomás, quien cobró de la compañía de seguros, cien millones de pesetas.
También supe, que en el negocio de la cocaína que me ofreció Enrique Tomás, no participaba solo. Entre sus socios contaba con altos cargos del PP y altos, muy altos, cargos policiales del gobierno de Aznar.
Con todos los datos que había averiguado y sin saber exactamente cómo actuar, decidí hablar con mi padre y pedirle consejo profesional. Igualmente le dije que se informara de la forma más idónea para denunciar una serie de delitos graves contra Roberto, en los cuales estarían involucrados ciertos policías. Éste escuchó atentamente mi versión y optó por acudir a fiscalía a explicarle los hechos a algún fiscal amigo suyo; tuvo suerte y habló con el fiscal en jefe, Enrique Beltrán, exponiéndole mis confidencias. Éste, a su vez, contactó con el fiscal antidroga, Luis Sanz, y trataron sobre el asunto de la cocaína. Al final se decidió abrir una investigación. Lo malo es que Sanz no se fiaba del Grupo Fiscal Antidroga de la Guardia Civil (GIFA) y le tocó pedir al homónimo de Madrid que realizara las indagaciones. Sobre el tema de Roberto le recomendaron a mi padre que no lo hiciera trascender, porque mi vida podría estar en serio peligro.
-Me ha dicho Beltrán que, sobre el asunto de José Luis Roberto, precisarían más datos sobre los hechos precisos que quieres evidenciar, así como el nombre de los policías implicados -señaló mi padre.
-Desconozco el nombre de los agentes, pero conozco los pormenores de cierto asesinato ejecutado como favor a una serie de policías y debido a un ajuste de cuentas entre mafias policiales de droga y prostitución. Sólo puedo anticipar que


Informe sobre el archivo de la denuncia interpuesta por Juanma Crespo

conozco la identidad del sicario y que la muerte se perpetró intentando imitar el mismo modus operandi que los GRAPO, para inculpar a éstos y desviar las investigaciones.
Entre tantos formalismos legales, el asunto trascendió y la familia de mi novia me mandó un recado: <>.
Por parte de Levantina de Seguridad llegó el rumor de que seguían queriendo quitarme del medio.
Por otra parte, la relación con mi pareja pasaba por un delicado momento debido a la filtración del dato de que yo había denunciado a su tío. Me encontraba a finales del 2001 y estaba inmerso en un lío espantoso. Para acabar de rematar la faena, mi empresa no daba abasto, acababa de firmar un contrato con la mejor constructora de Valencia, Construcciones Ballester, para iniciar el 15 de enero de 2002 el servicio de vigilancia en una docena de urbanizaciones y hoteles de su propiedad. Asimismo, acababa de quedarme con una franquicia de la prestigiosa empresa de alarmas, ADT, y me hallaba legalizando una compañía de seguridad... Estaba de trabajo hasta las cejas y mi novia, a la que empleé cómo directora de recursos humanos, se encontraba más preocupada en solucionar el asunto con su familia que en emplearse a buscar el personal que precisábamos.
La relación sentimental parecía abocada al fracaso, aunque supuse que eso no sería inconveniente para que ella cumpliera con sus obligaciones laborales. Volví a equivocarme: el dos de enero, Iris robó documentación y dos millones y medio de pesetas que guardaba en la oficina y desapareció con todo.
A raíz de esta circunstancia, mi vida dio un giro insospechado que la modificaría por completo.